“Siempre te pareció mejor, la fiesta que al lado daban, era mejor lo demás, ¿y ahora dónde vas?”[1]
El relato que voy a contar es uno de los hechos que inspiraron Planta Permanente, y tal vez el más importante. Escribí la primera versión de guión a fines del 2014 mientras estaba de licencia por estrés laboral después de un año de padecer sistemático maltrato laboral por parte de mi jefe en una oficina de la administración pública tucumana. Yo tenía que coordinar una serie de actividades, por lo que era mi responsabilidad hacer que mis compañeros cumplan ciertos objetivos. El tipo había construido una estrategia para generar conflicto entre nosotros (divide y triunfarás): al diseñador gráfico, por ejemplo, le decía que hagan lo que él decía, no lo que yo le decía. Y al mismo tiempo, el tipo me exigía que haga que las cosas sucedan y me atormentaba recriminando falta de eficiencia. Y un día discutimos fuerte. La reunión terminó con el tipo gritando con la cara roja y yo pegando el portazo. Afuera estaban mis compañeros, habían escuchado todo, pero no se metieron. A los pocos días me llamaron diciendo que no me caliente, que ya sabía cómo era el tipo. Jamás los juzgué porque entendía la posición en la que se encontraban, e intervenir a mi favor hubiese sido catastrófico para ellos. Quise denunciar al tipo, pero algunos funcionarios me dijeron que no lo haga, que el proceso legal era muy largo y que al tipo no le iba a pasar nada porque era jefe. Me recomendaron que pida un traslado y que de vuelta la página. Fue terrible tener que aceptar estas condiciones, pero lo hice y mientras esperaba mi traslado escribí Planta Permanente en 14 días. Sentía una necesidad muy profunda de hacer una película en donde se ponga en evidencia lo difícil que es lograr la unión de los trabajadores de bajo rango al momento de tener que enfrentar a los poderosos. Tomé el mundo de la administración pública porque era el que mejor conocía y porque mi interés era llegar a una gran porción de la población, a la gente común, al laburante que sufre día a día estas situaciones, pero que también vive agazapado mirando con recelo a su par. Quería hablar del desclasado como fenómeno social incomprensible. Pensaba que si no empezamos por reconocerlo, no habrá manera de modificarlo.
Diego Lerman fue la primera persona que leyó el guión. Yo quería que me haga una tutoría pero su contrapropuesta fue que quería producir la película. El cambio de gobierno golpeó muy fuerte la realidad social del país y el guión comenzó a absorber todo. Diego se sumó a la escritura, el guión se ordenó perfectamente y creció muchísimo. Sin embargo sentíamos que algo le faltaba para que se vuelva verdaderamente trágico. Pedí hacer un script doctor con Gonzalo Delgado Galiana y entre muchísimas cosas que aportó, me prepuso la idea: Lila y Marcela tienen que ser las mejores amigas y el asunto de la cantina las tiene que romper.
Todo marchaba perfectamente, la película se iba a filmar en Tucumán, pero una serie de manejos lamentables por parte de quienes manejan los fondos de apoyos al audiovisual en la provincia provocaron que para filmar tuviéramos que irnos y mudamos el proyecto a La Plata en dos meses. Pero el espíritu de la película seguía más vivo que nunca y cada persona que se sumaba al equipo era poseído por él. En rodaje decíamos: hay que contar esta historia, hay que poner las cartas arriba de la mesa de una buena vez, y las clases trabajadoras o los que no tenemos poder, tenemos que dejarnos de joder y mantenernos unidos de una buena vez y para siempre, porque si no… bueno, ya sabemos lo que pasa.
Hoy pienso que lo más importante a la hora de dirigir una película es tener claro el espíritu, la idea que queremos transmitir. Si esto está, no importa lo que pase en el medio, la película será tu película y la de tus compañeros de equipo. Y por una magia misteriosa, el público va a percibir ese amor.
[1] Ningún mensaje, Rosario Bléfari, Estaciones (2005)
Ezequiel Radusky
(Director de Planta Permanente)
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